Confesor del rey de España

El confesor del rey de España (o confesor de la reina de España, en caso de ser mujer la titular) fue un cargo presente en la corte española, encargado de confesar regularmente al monarca español. El confesor real era uno de los oficios de corte más importantes del Antiguo Régimen en España, pues sus funciones iban mucho más allá de escuchar a Su Católica Majestad en confesión, ejerciendo de consejero en todo tipo de asuntos (espirituales y temporales) e interviniendo en todo tipo de nombramientos (eclesiásticos y civiles). Los propios confesores acumulaban cargos eclesiásticos e incluso civiles. Ocho de ellos fueron también nombrados Inquisidores generales (de los que seis eran dominicos, la orden más vinculada con esa institución).[1]

Historia

Desde el período bajomedieval surge la figura del confesor de monarcas en las monarquías peninsulares. De forma paralela al fortalecimiento del poder regio, la figura del confesor del rey cobra fuerza tanto por su propio ministerio cerca del soberano, como su eventual influencia en las decisiones políticas de este.

Fray Juan Enríquez, que era fraile franciscano y bisnieto del rey Alfonso XI de Castilla y llegaría a ser posteriormente obispo de Lugo, fue uno de los confesores del rey Enrique III de Castilla.[2][3]​ Los confesores reales del reinado de Isabel la Católica fueron particularmente notables: Hernando de Talavera (jerónimo), hasta 1492; y desde entonces el cardenal Cisneros (franciscano), que sería regente de Castilla entre la muerte de Fernando el Católico y la llegada de Carlos I. Fernando el Católico había optado por confesores dominicos (Diego de Deza).

El cargo de confesor recaía habitualmente en miembros de determinadas órdenes religiosas; siendo la opción por unos u otros un asunto de especial gravedad, y origen de recelos entre ellas. Jerónimos, dominicos y jesuitas fueron confesores de los reyes de la Casa de Austria.[4]Luis de Aliaga (dominico) intervino de forma crucial en acontecimientos del reinado de Felipe III, como la expulsión de los moriscos y la caída del Duque de Lerma.[5]

Durante los siglos XVI y XVII la mayoría de los confesores del rey son dominicos. Destacan entre el predominio dominico la figura de fray Luis de Aliaga, confesor de Felipe III,[6]​o fray Antonio de Sotomayor, que lo fue de Felipe IV.

Juan Everardo Nithard (jesuita), confesor de la reina Mariana de Austria (esposa de Felipe IV y madre de Carlos II), fue en la práctica el que ejercía el poder (valido) durante la regencia de esta, hasta el golpe de Estado de Juan José de Austria (1669). No obstante, el confesor de actividad más extravagante durante este reinado fue Froilán Díaz (dominico), que entre 1698 y 1699 llegó a exorcizar al propio rey (quien pasó a la historia con el sobrenombre de el hechizado) y pretendió haber hecho confesar a los demonios que le atormentaban la implicación de la reina madre y del valido de entonces (el conde de Oropesa); el confesor terminó procesado por la Inquisición.

Tras la muerte de Carlos II y el advenimiento de la casa de Borbón al trono, se produce el acceso al confesionario de los primeros borbones de los jesuitas. Distintos miembros de la Compañía de Jesús serán confesores de los reyes Felipe V, Luis I y Fernando VI, hasta el año 1755, en que cuestiones de política exterior (tratado de límites con Portugal) y la caída del marqués de la Ensenada (cercano a los jesuitas) llevaron a la destitución del Padre Rávago y el nombramiento por Fernando VI del prelado Manuel Quintano Bonifaz, perteneciente al clero secular.

Tras el motín de Esquilache (1766), durante el reinado de Carlos III, tuvo lugar la expulsión de los jesuitas (1767), con un franciscano en el cargo de confesor (el Padre Eleta).

En el siglo XIX la figura del confesor irá reduciendo su ámbito de influencia, destacando sin embargo un clérigo de ideas ilustradas, Félix Amat, confesor de Carlos IV y Cristóbal Bencomo, confesor de Fernando VII. Fray Juan de Almaraz, confesor en el exilio de la reina María Luisa de Parma, protagonizó una rocambolesca historia de chantaje a Fernando VII (al indicar que no sería hijo de Carlos IV sino de Manuel Godoy).[7]

Ya en la Edad Contemporánea, y privado de sus funciones políticas, la función de confesor de Isabel II (que reunió en su torno una verdadera corte de los milagros) fue confiada entre 1857 y 1868 al Padre Claret (que fundó su propia orden religiosa -claretianos- y llegó a ser canonizado).

Descripción

Durante el siglo XVIII el confesor regio era miembro nato de la Junta Real de Obras y Bosques.

Véase también

Referencias

  1. Leandro Martínez Peñas El confesor del rey en el Antiguo Régimen, Editorial Complutense, 2007, ISBN 8474918510, pg. 999 (listado), pg. 932 (inquisidores)
  2. Cendón Fernández, 1997, pp. 304-305.
  3. Salazar y Acha, 2000, p. 473.
  4. Los confesores de los dos Austrias mayores eran reputados teólogos, que participaron en asuntos de altura intelectual, como la definición de la idea de Imperio de Carlos V o en el Concilio de Trento.
    Los confesores de los Austrias menores no reciben tantos elogios: Felipe III tuvo seis confesores, Felipe IV cuatro y Carlos II nueve. La mayoría, sin embargo, de no mucha talla intelectual y sin estar a la altura de la gran responsabilidad que contraían (Luis Suárez Fernández (ed.), La Crisis de la hegemonía española, siglo XVII, Rialp, 1986, ISBN 8432121037, pg. 627.)
  5. Isabelle Poutrin, Cas De Conscience Et Affaires D'État: Le Ministère Du Confesseur Royal En Espagne Sous Philippe III.
  6. Galván Desvaux, Daniel (1 de enero de 2018). «El confesionario regio a inicios del reinado de Felipe IV: el caso de fray Luis de Aliaga». Poder, sociedad, religión y tolerancia en el mundo hispánico, de Fernando el Católico al siglo XVIII. Consultado el 9 de enero de 2024 – vía Academia.edu. 
  7. José María Zavala, Bastardos y Borbones, Random House, 2011 (citado en diversos medios: Pedro Fernández Barbadillo, en Libertad Digital, Jaime Noguera, en Strambotic-Diario Público Archivado el 31 de enero de 2016 en Wayback Machine. -incluye imagen del documento-, Relatos de la Historia, Eco Republicano).

Bibliografía